Frecuentemente, cuando se piensa en el acoso laboral, se lo relaciona con conductas directas que ponen en riesgo la salud física y psíquica de las víctimas (p.ej. acoso sexual por parte de un superior); si no existen signos evidentes de mobbing, los afectados/as no se sienten con derecho a denunciar.
Sin embargo, existen diversas tipologías de acoso laboral, dentro de las cuales se incluyen una serie de respuestas indirectas o encubiertas, resumidas a continuación:
– Ignorar: La persona es manifiestamente ignorada por sus compañeros/as de trabajo (hacer el vacío) o, cuando intenta expresarse, la interrumpen constantemente despreciando cualquier intento de comunicación.
– Mentir: se calumnia la vida personal y/o el trabajo realizado por el individuo, con la clara intención de perjudicarle a nivel anímico y/o laboral.
– Supervisar: personas de un mismo rango o superior, examinan meticulosamente el desempeño laboral de la víctima con la intención de ponerla en evidencia o buscando cualquier mínimo error para acusarla de no cumplir con sus responsabilidades. También es común poner en cuestionamiento el conocimiento profesional del acosado/a.
– Asignación de tareas que no se corresponden con las funciones del cargo, acosando a la víctima empleando estrategias como: cargar de responsabilidades irracionales, cambiar sus horarios sin previo aviso, delegar tareas para las que se tiene conocimiento o para las que no está preparado, etc.
Este ambiente hostil puede llegar a provocar en el acosado/a un aumento significativo del nivel de estrés que puede derivar en un trastorno de ansiedad. Lo mismo sucede con el estado de ánimo, puesto que estas conductas afectan negativamente a la autoestima, el autoconcepto y la autoeficacia.
Pese a que el acoso indirecto es más difícil de detectar y probar ante un juzgado, son respuestas susceptibles de ser denunciadas.
“La justicia puede adormecerse un poco, pero al final ve claro” (Thomas Middleton).