Existen multitud de formas de control. Si nos propusiéramos elaborar una lista, probablemente nos remitiríamos a las medidas tomadas por la clase política, a las demandas de nuestro jefe, al código penal… pero pocos aludiríamos a una clase de dominación mucho más “mundana”, “de a pie”, “de andar por casa”: el chantaje emocional.
A éste nos vemos sometidos frecuentemente por parte de amigos –¿no vienes a cenar? Tú verás Juan…desde que has tenido al niño no se te ve el pelo, ya no se puede contar contigo–, nuestra pareja –¡sin ti no soy nada!– y/o los hijos –¡pues cuando me voy con papá me deja hacer esto y me lo paso mejor!–; Pero no nos situemos en el plano de la victimización, puesto que si analizásemos nuestro comportamiento nos descubriríamos en más de una ocasión haciendo uso del arte milenario de la manipulación. Y es que la clave del chantaje reside en su “apellido”: emocional; puesto que pocas emociones nos movilizan tan eficazmente a actuar en contra de nuestra voluntad como la culpa, la obligación o el miedo.
Y es que cuando pensamos en una persona manipuladora solemos no poco menos que imaginárnosla con cuernos, tridente y rabo, una especie de “pseudopsicópata” que convierte nuestra existencia en, válgame el símil anterior, un infierno. Pero el chantaje emocional está tan intricado en nuestras relaciones sociales, que es muy fácil perder el sentido de cuando estamos utilizándolo (consciente Vs inconscientemente) o sufriendo sus consecuencias.
De hecho, el asunto se complica, puesto que la línea que desdibuja el reproche fundamentado (p.ej. alguien a quien su pareja está descuidando afectivamente) del chantaje emocional (p.ej. querer hacer sentir a la otra persona que se la está desatendiendo para así conseguir que haga lo que uno quiere) es fina y difícil de analizar objetivamente.
Sin embargo, un indicador de negligencia es la presencia de una nube tóxica que imprime nuestras relaciones de deberes, reproches sin sentido, obligaciones… que apagan la intencionalidad voluntaria de hacer sentir bien a alguien que apreciamos y/o atender las normas éticas o morales por las que queremos guiar nuestra conducta o la de nuestros hijos. Nos centraremos en las dos principales: las de pareja y las que afectan a la relación padres-hijos.
En cuanto a las relaciones de pareja, si se sobrepasan los límites es difícil reestablecerlos sin que la unión se rompa, puesto que uno o ambos cónyuges se han acostumbrado al control del otro mediante chantajes, y no renunciarán fácilmente a esa cómoda táctica para conseguir lo que desean.
Existen múltiples ejemplos de manipulación emocional (intencionada o inconsciente), las más comúnmente empleadas son:
– “Sin ti no soy nada”: la persona se sitúa en el rol de víctima, haciendo sentir culpable al otro y cargándole de responsabilidades no demandadas.
– “Haz lo que quieras”: amenaza de que a la desobediencia le seguirán consecuencias negativas para la relación.
– “Si no quieres hacer esto yo tampoco quiero hacer lo otro”: amenazas con eliminar una gratificación de tu pareja para conseguir la tuya propia.
– “No me pasa nada”: muestra de enfado a la que le sigue habitualmente un incómodo silencio que induce un sentimiento de culpa.
– “Con lo que hice yo por ti…”: las relaciones se basan en dar y recibir, no en reprochar los actos acometidos en beneficio de nuestra pareja o en restringir su libertad de decisión.
En cuanto a los niños, Los datos indican que estas estrategias están en aumento, ya no sólo por un cambio generacional del modelo educacional, sino porque cuando se produce una crisis familiar (divorcio, fallecimiento, discusiones…) los padres se sienten vulnerables por no querer perder el cariño de sus hijos o tratan en lo posible de evitarles situaciones dolorosas. Los niños aprenden que haciendo sentir mal a sus padres, consiguen lo que quieren, por lo que emplearán esta estrategia siempre que lo necesiten, lo que conllevará a que se creen situaciones de resentimiento, conductas disruptivas, y un aumento en la tonalidad de las exigencias. Los niños están en edad de crecimiento, de aprendizaje, formando su identidad… por lo que si sus tácticas tienen éxito podrían incorporarlas a su personalidad y convertirse en adultos manipuladores que tendrán dificultades en sus relaciones futuras. Por ello es importante marcar límites, saber decir que no, manejar los sentimientos de culpa y tener presente que afrontando el disgusto momentáneo les ahorramos futuros males.
Para concluir, recuerda que determinadas normas pueden pactarse, otras son renegociables y algunas deben respetarse; Sobretodo, analiza tu conducta y la de los que te rodean ya que: “El instrumento básico para la manipulación de la realidad es la manipulación de las palabras. Si tú puedes controlar el significado de las palabras puedes controlar a la gente que utiliza esas palabras.” (Philip K. Dick)