No existe el “todo o nada”, el “blanco o negro”, el “siempre o nunca”… Albert Ellis nos introdujo en el apasionante mundo de las distorsiones cognitivas, definiéndolas como perturbaciones del pensamiento o creencias desadaptativas e irracionales que producen sufrimiento por su falta de racionalidad. Este artículo está dirigido a reflexionar sobre la que es, quizás, la distorsión cognitiva mejor aceptada socialmente y que mayores consecuencias desastrosas produce en la autoestima y en las relaciones: el pensamiento polarizado o dicotómico.
En terapia, es excesivamente frecuente encontrarse a personas que emplean cogniciones erróneas:
Terapia de pareja.- Los miembros de la pareja suelen exigir dualizando en demasía: “¡nunca eres claro/a conmigo!”; “no me sirve de nada estar contigo”; “¡nunca me cuentas nad!a”; “¡estás actuando!, conmigo eres así y con los demás no”…
Psicoterapia individual.- escuchamos constantemente verbalizaciones del tipo: “siempre que quiero algo y no lo consigo me frustro”; “nunca encuentro el momento adecuado para decirle esto a…”; “soy un completo desastre”; “mi amigo/a es un/a falso/a porque no me contó…”, etc.
Psicoeducación.- este área afecta de forma negativa a la autoestima de los menores, quienes pueden llegar a creer a pies juntillas lo que los demás (personas significativas) opinan de ellos: “soy un vago”; “¡no valgo para nada!”; “¡no sé hacer nada bien!”… Afirmaciones o preguntas como la siguiente, tratan de combatir los pensamientos dicotómicos: ¿eres vago cuando se trata de una actividad que te apasiona?
Psicogerontología.- ¿Cuántas veces hemos escuchado “¡ya no sirvo para nada!”; “¡me duele todo!”; “¡nunca me hacen caso en nada de lo que les digo!”, etc.?
Organizaciones.- cuando un empleado comete varios despistes es frecuente escuchar: “¡es un desastre!”; “no se le da bien esto…”; “¡vaya cafre!”…
Esta distorsión cognitiva reduce la información que tenemos (acerca de una persona o uno/a mismo/a) a dos categorías completamente opuestas: “bien o mal”, “normal o anormal”, “sí o no”… es una estrategia de nuestro cerebro para reducir la carga de información, o más bien, un error que comete y que puede corregirse con práctica y esfuerzo.
Esta falacia es especialmente popular y aceptada porque los seres humanos necesitamos claridad; las contradicciones (o la falta de información) no nos gusta, nos genera malestar, por lo que dividir nos alivia en detrimento del razonamiento y la relativización.
Por otro lado, se asocia comúnmente a la transparencia y a las muestras de sinceridad por parte de una persona, puesto que sabes lo que esperarte de alguien que se posiciona firmemente con independencia de lo que opine el resto. Esta actitud, una vez más, es relativa. Alguien puede posicionarse y estar en la creencia de poseer la razón, pero los seres humanos somos mucho más complejos que el “blanco o negro”; existen contradicciones inherentes mediadas por nuestros pensamientos, emociones y conductas, los cuales, en bastantes ocasiones, “no se ponen de acuerdo”. Hacer de esta distorsión cognitiva una ideología de vida conlleva una gran pérdida de empatía que se proyecta en relaciones (del tipo que sean) rotas, infructuosas y/o tormentosas. Es preferible indagar, preguntar y luego decidir, a cortar toda información por el patrón “me gusta o no me gusta”, “me hace daño o me destruye”, “me suma o me resta”. El conjunto de determinadas acciones es lo que hace que decidamos con criterio (lo que no quita que emplear el pensamiento dicotómico es útil en un gran número de ocasiones), por lo que utilizar constantemente este sistema con las personas significativas puede suponer un serio problema.
Por último, destacar que nadie es despistado siempre, un genio las 24 horas del día, vago por naturaleza o no hace nada bien. Reducir la conducta de una persona a estos términos genera un grave impacto en la autoestima (especialmente si se es menor de edad), y además de falso, resulta infructuoso a la hora de tratar de cambiar las conductas propias o ajenas (p.ej., “Si no hago nada bien, ¿para qué voy a intentar aprender?”). Abrazar el gris supone dar un paso hacia la característica que nos define como humanos: la empatía.
“La gran sabiduría, pienso yo, es tener un sentido relativizado de todo; no dramatizar nada” (José Saramago).