¿Qué es la resilencia?
En la actualidad estamos familiarizados, y cada vez más, con abundante terminología del campo de la psicología. Un claro ejemplo de esto es la famosa resiliencia. Este término proviene del término inglés resilience y este mismo del latín resiliens, que es el participio del verbo resilire, que significa “saltar hacia atrás; rebotar; replegarse”.
El primer autor que empleó este término en el ámbito de la psicología fue John Bowlby, el creador de la teoría del apego, pero fue Boris Cyrulnik, psiquiatra, neurólogo, psicoanalista y etólogo, el que dio a conocer el concepto de resiliencia en el campo de la psicología en su bestseller “Los patitos feos”.
Lazarus y Folkman, explican como el estrés que nos genera una determinada situación, depende en gran medida de la evaluación cognitiva. Esta evaluación a su vez puede ser primaria o secundaria, la primera se refiere a la valoración de la situación como amenazante o motivadora, y la segunda valoración es sobre los recursos que tiene la persona para hacerle frente o de las posibilidades de control.
Podemos definir la resilencia como la “capacidad de adaptación de un ser vivo frente a una situación adversa o agente perturbador”, es decir, la capacidad que tenemos para hacerle frente a las adversidades de la vida, superarlas, e incluso ser transformados por ellas. Así, la resiliencia no sólo es definida como una característica personal, sino también como un proceso que implica aprendizaje y que lleva al desarrollo del individuo, al crecimiento personal. Por ello, ésta se evidencia en mayor medida ante el enfrentamiento efectivo de circunstancias muy estresantes y repetidas, más que un solo hecho traumático.
Algunas de las características que suelen reunir las personas con capacidad resilente son:
El autoconocimiento es un arma muy poderosa para enfrentar las adversidades y los retos, y las personas resilientes saben usarla a su favor. Estas personas saben cuáles son sus principales fortalezas y habilidades, así como sus limitaciones y defectos. De esta manera pueden trazarse metas más objetivas que no solo tienen en cuenta sus necesidades y sueños, sino también los recursos de los que disponen para conseguirlas.
Regulación emocional en relación al trauma, poder sentir afectos y emociones sin desbordarse o sentir angustia. Sienten emociones negativas pero saben controlarlas. Por tanto, son capaces de dominar sus síntomas, y no perder el control.
Conservar un autoconcepto positivo a pesar de haber sufrido un trauma, son capaces de mantener su autoestima y no culparse por lo sucedido.
Cohesión interna entre pensamientos, afectos y acciones: son capaces de comprender la relación que existe entre estos tres.
Control del proceso del recuerdo, no estar reviviendo constantemente el suceso negativo (por ejemplo en forma de flashbacks).
Integración de la memoria y los afectos; es decir, de los recuerdos y las emociones vinculadas a esos recuerdos.
Establecer vínculos seguros, acercarnos a las personas que nos pueden ayudar y acompañar en ese momento sin desarrollar dependencia.
Comprensión del impacto del trauma. Por ejemplo, entender que un duelo conlleva el sufrir una pérdida, que tiene varias fases y que es necesario un tiempo de adaptación. Saber que todo va a ir bien, pero que ya nada volverá a ser igual.
Elaboración de un significado positivo: la resiliencia nos permite sacar un aprendizaje de las situaciones adversas.
Locus de control interno: creencia o percepción de la persona de que los eventos ocurren principalmente como consecuencia de sus actos, es decir, tiene control sobre su vida. Se relaciona con la capacidad de autocontrol y regulación emocional.
¿Qué factores se deben potenciar para trabajar la resilencia?
Alcanzar esta capacidad conlleva un entrenamiento y un aprendizaje que comienza ya en la infancia, donde la escuela y la familia tienen un papel fundamental para que el niño adquiera y desarrolle esta cualidad.
Fomentar la resiliencia es posible desde la infancia, la clave está en conocer sus necesidades educativas.
-La autoestima e introspección: animando al niño/a a explorar sus fortalezas.
-La interacción y cooperación: enseñándole a pedir apoyo cuando lo necesita u ofrecerlo siempre que pueda. Y cuando un niño ayuda a otro se siente importante, capaz. Por lo tanto, mejora también su autoestima.
-El control de sus acciones: concienciarlo para superar una adversidad y mejorar una situación conflictiva el cambio debe comenzar en uno mismo.
-Mostrarse positivo ante los problemas nos encamina al éxito.
-Trasmitirles que los problemas y los errores, forman parte de la vida, y que son oportunidades para aprender y superarnos y educando en técnicas para la resolución de conflictos y habilidades de comunicación.
-Intentar como padres o docentes ser buenos modelos. Esto no implica, dejar de expresar delante de los niños nuestras emociones, al contrario, es bueno mostrar con normalidad nuestro enfado, por ejemplo, pero con una expresión ajustada a la situación. Tan interferente es para la construcción de una adecuada resiliencia, la alta emoción expresada, como la contención.
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