Las rabietas infantiles son episodios comunes durante la primera infancia, especialmente entre los 2 y 4 años, y aunque pueden ser desafiantes para los padres, forman parte del desarrollo emocional normal de los niños. Desde la perspectiva de la psicología evolutiva de Jean Piaget, un marco útil para entender su origen y manejo, las rabietas se consideran una manifestación del desarrollo cognitivo limitado en estas primeras etapas de la vida, cuando los niños están aprendiendo a gestionar sus emociones, comprender su entorno y expresar sus necesidades. Estas explosiones emocionales, que pueden incluir llanto, gritos, resistencia física y, en algunos casos, comportamientos agresivos, ocurren porque los niños pequeños aún no tienen la capacidad de regular sus emociones ni de comunicar de manera eficaz lo que sienten o desean.
¿En qué etapas se dan las rabietas?
Jean Piaget describe cuatro etapas principales en el desarrollo cognitivo del niño: sensoriomotora, preoperacional, operaciones concretas y operaciones formales. Las rabietas suelen estar más presentes durante las etapas sensoriomotora (0-2 años) y preoperacional (2-7 años), donde el pensamiento es egocéntrico y las habilidades de autocontrol emocional aún están en desarrollo.
- Etapa sensoriomotora (0-2 años): los niños exploran el entorno mediante los sentidos y acciones motoras. La permanencia del objeto aún no está completamente desarrollada, lo que genera frustración al no percibir algo de manera inmediata.
- Etapa preoperacional (2-7 años): en esta fase, los niños desarrollan el pensamiento simbólico, pero mantienen un egocentrismo cognitivo, limitando su capacidad para comprender perspectivas ajenas. La falta de reversibilidad les impide entender que las acciones pueden revertirse, lo que provoca frecuentes rabietas cuando sus deseos no se cumplen.
Causas principales de las rabietas
- Frustración por limitaciones en el lenguaje: la incapacidad para expresar necesidades de manera eficaz en etapas tempranas genera frustración que desencadena rabietas.
- Inmadurez en la autorregulación emocional: la falta de desarrollo cognitivo impide que los niños manejen adecuadamente sus emociones, facilitando reacciones impulsivas ante la frustración.
- Conflicto por búsqueda de autonomía: el deseo creciente de control sobre las decisiones choca con los límites establecidos, provocando episodios de frustración.
- Desregulación por hambre o fatiga: estados físicos como el cansancio o hambre disminuyen la capacidad de los niños para gestionar el malestar emocional.
¿Qué hacer durante una rabieta?
Manejar una rabieta de manera eficaz requiere una combinación de comprensión emocional y estrategias basadas en el desarrollo cognitivo del niño. A continuación, se presentan recomendaciones clave para la gestión eficaz de estos episodios:
- Mantener una postura de autocontrol: es fundamental que los adultos mantengan la serenidad durante una rabieta. El niño observa y replica el comportamiento de sus figuras de referencia, por lo que una actitud calmada ayuda a reducir la intensidad del conflicto, mientras que una reacción emocionalmente descontrolada puede intensificar la situación.
- Reconocer y verbalizar las emociones del niño: validar las emociones del niño fomenta la empatía y facilita la identificación y expresión emocional, promoviendo el desarrollo de habilidades de autorregulación.
- Ofrecer opciones controladas: permitir que el niño elija entre dos o más opciones simples le brinda una sensación de control dentro de los límites establecidos. Esta estrategia es particularmente útil en la etapa preoperacional, donde el sentido de autonomía comienza a desarrollarse.
- Establecer y mantener límites claros y consistentes: es necesario que el niño entienda las conductas aceptables dentro de un marco de normas consistentes. Esto no solo proporciona seguridad, sino que también facilita la internalización de los límites a medida que el niño madura cognitivamente.
- Desviar la atención de manera estratégica: en etapas de desarrollo temprano, como la sensoriomotora, redirigir la atención del niño hacia otro objeto o actividad puede ser eficaz para interrumpir la escalada de frustración y evitar una rabieta prolongada.
- Promover el desarrollo de habilidades de autocontrol: fomentar gradualmente la capacidad del niño para gestionar sus emociones y comportamientos, mediante técnicas como el «tiempo fuera» o ejercicios de respiración, resulta beneficioso para la regulación emocional a largo plazo.
Demostrar paciencia y coherencia: el desarrollo de la regulación emocional es un proceso progresivo que demanda tiempo y repetición. Mantener una actitud paciente, junto con la aplicación consistente de las estrategias de manejo, es fundamental para fortalecer la capacidad del niño para internalizar y respetar los límites establecidos, facilitando su adaptación y autorregulación a largo plazo.
¿Qué no hacer durante una rabieta?
Es igualmente importante evitar ciertas acciones que pueden empeorar el comportamiento o dificultar el aprendizaje emocional del niño:
- No ceder a la rabieta: satisfacer las demandas del niño durante una rabieta refuerza el comportamiento, enseñando que este es un método eficaz para obtener lo que desea.
- No ignorar completamente: ignorar una rabieta de manera ocasional puede ser útil, pero el niño requiere apoyo emocional para aprender a regular sus emociones de forma adecuada.
- No perder la calma: responder con enojo o gritos puede intensificar la situación. Mantener la compostura es esencial para modelar un manejo emocional saludable.
- Evitar el castigo físico: el castigo físico no solo es inefectivo, sino que puede incrementar la agresividad y perjudicar el desarrollo emocional a largo plazo.
Cuándo preocuparnos
Las rabietas infantiles forman parte del desarrollo emocional y cognitivo esperado, particularmente durante las primeras etapas descritas por Piaget. Comprender su origen y aplicar estrategias adecuadas de manejo permite disminuir su frecuencia e intensidad, ayudando al niño a transitar de manera saludable por esta fase. Es fundamental proporcionar apoyo emocional, establecer límites coherentes y fomentar la autorregulación para guiar el desarrollo emocional de los niños. Sin embargo, si las rabietas se vuelven inusualmente intensas, persistentes o difíciles de gestionar, es recomendable buscar ayuda profesional para asegurar un acompañamiento adecuado y favorecer el bienestar del niño a largo plazo.