La culpa, ese sentimiento tan generalizado en los padres

La culpa, según lo dispuesto por la Real Academia Española, es la imputación a alguien de una determinada acción como consecuencia de su conducta. Dejando a un lado términos técnicos, se podría decir que la culpabilidad es una emoción derivada del miedo. Aparece cuando hay una incongruencia entre lo que se hace y lo que uno cree que se debería hacer o ser. La culpabilidad es algo que se manifiesta en nuestra vida en forma de preocupaciones, desasosiego, inquietud o sentimientos negativos que lejos de ayudarnos en nuestro día a día y en la relación con nuestros hijos, nos aleja de la felicidad y la armonía familiar. De esta situación versa el artículo de hoy: la adopción de culpas que no nos pertenecen.

Los modelos de rol parental

No eres el primero ni serás el último en sentirse culpable. Los estereotipos y presión social tienen mucho que ver con ello. Nos ha vendido un modelo de imagen parental tan irreal, que sólo los anuncios de coca-cola en los años 60 lograban alcanzar, esto es: madre disponible 24 horas al día, eso sí, con una sonrisa de oreja a oreja pese a llevar días durmiendo tres horas, padre habilidoso aunque quizás nunca haya sido un manitas, padres/madres referentes de calma y sabiduría siempre dispuestos a trasladárselas a sus hijos/as sin importar el momento (tras trabajar 8 horas en pro del sustento familiar…). La lista es larga, ¡quien no se culpabiliza es porque no quiere!; La culpa es libre, como la gracia y el miedo.

Situaciones que suelen producir el sentimiento de culpa

Aunque se han flexibilizado los estándares parentales,existen cuatro situaciones que suelen, invariablemente, producir este sentimiento:

Separación: en estas situaciones, los padres generalmente se sienten responsables del sufrimiento del menor y comienzan a generar ansiedad anticipatoria derivada de pensamientos catastrofistas; se imaginan las consecuencias negativas que podría tener el divorcio en la adaptación escolar, social, académica y familiar de su hijo/a. Sin embargo, han de ser conscientes que el infante trata de defender la única realidad que conoce, puesto que, por muy mala que esta sea, le proporciona seguridad.

Crisis, en griego, significa cambio, y representa el miedo a enfrentarnos a situaciones desconocidas, prefiriendo, al menos temporalmente, acomodarnos a lo  malo conocido. Una vez disipados los temores, el niño/a comprende las ventajas de vivir en un lugar exento de tensiones, trifulcas, malas caras… y comienza a valorar la felicidad como un estado primordialmente individual que se une con el todo (la familia), y no como un conjunto que destruye el bienestar personal. Es importante tener presente que es inevitable que los menores sufran, y que ello les servirá para afrontar futuras angustias, familiarizarse con el dolor y ser más tolerantes a los infortunios vitales que acontezcan.

Fracaso escolar: los problemas académicos poseen diversas causas cuyo origen ha de ser identificado. Pueden deberse a: déficits de atención, problemas visuales, ansiedad, dislexia, fobia escolar, etc.; Si bien es evidente que la responsabilidad de la educación recae en los padres/madres, cuando el menor no consigue alcanzar las metas académicas pese a disponer de métodos de compensación (p.ej, acudir a una academia), ha de recurrirse a un profesional cuyo compromiso será descubrir los motivos subyacentes al fracaso. Culpabilizarse sólo empeora la situación, pudiendo añadir al coctel factores anteriormente ausentes (p.ej., ansiedad).

Problemas emocionales: las emociones “negativas” suelen tener como trasfondo un problema familiar, conllevando el aumento de la estigmatización parental y la aparición de sentimientos de culpa. En dicha coyuntura, resulta crucial entender la distinción entre culpabilidad adaptativa y destructiva. La primera mención se refiere a aquel sentimiento que activaría recursos destinados a reflexionar sobre el estado de las cosas en el hogar, las relaciones parento-filiales y la implementación de posibles soluciones; la segunda, también llamada “desadaptativa”, sumiría a los padres/madres en un remolino de tristeza, autorreproche y autodesprecio; “dejarse llevar por la emoción”, empeora el estado de ánimo del menor y evita orientarse a la solución del problema.

Trastornos de conducta: suelen acarrear perturbaciones familiares (p.ej., discrepancias en cuanto al estilo educativo). Pueden estar asociados a otro trastorno (p. ej., Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad), ser fruto del modelado (el niño/a representa conductas observadas a una persona cercana), corresponder a un trastorno emocional, etc. Las secuelas derivadas de los comportamientos del menor suelen incluir: agotamiento parental, sentimientos de frustración, miedo e ira, sensación de pérdida de control, etc. La culpa suele ser intensa si aparecen pensamientos negativos hacia su hijo/a (p.ej., ¡ojalá no lo hubiera tenido, si no estuviera viviría tranquila/o!), pero son fruto de las emociones vivenciadas en estados de cólera, cansancio, desesperación… cuando las fuerzas flaquean es normal sentir que no se puede más, lo cual parece ser totalmente contradictorio con “dar la vida por un hijo/a”… pero, ¡nada más alejado de la realidad!… el ser humano puede convivir con más de un sentimiento a la vez, y ante una situación extrema, con toda seguridad primaríais el bienestar de vuestro retoño . , urge contactar con un experto en técnicas de conducta que guiará la intervención involucrando al conjunto familiar.

Concluyendo, los padres sienten que sus hijos/as son: vulnerables, dependientes, que son su responsabilidad… pero esto no los dota de superpoderes para construir un escudo antimisiles alrededor de sus seres queridos. El sufrimiento es parte de la vida y, como tal, ha de aprender a soportarse y superarse. Sobreproteger a los menores significa convertirlos en barro que cualquier problema moldeará a su gusto.

Si os sentís identificados con lo expuesto y  encontráis difícil soportar y/o gestionar  la culpa, poneos en manos de profesionales,  las ganancias superan los costes si tu hijo/a vuelve a recuperar la sonrisa.

Codex Psicología 

Este contenido tiene un objetivo meramente informativo. Si sientes que necesitas ayuda solicita una consulta con un profesional.

Artículo documentado por:

Concepción Cendón Dacosta

Concepción Cendón Dacosta

Concepción Cendón es Directora y fundadora de los centros “Codex Psicología y Codex Formación” con una trayectoria de 20 años de experiencia. Es Licenciada en Psicología, especialista en Psicología Clínica y de la Salud y con formación en Psicología Jurídica (Nº 3026 del Colegio Oficial de Psicólogos de Galicia). Es miembro del Listado Oficial de Peritos psicólogos para la administración de justicia en los ámbitos del derecho civil y penal y también del Equipo de Intervención Psicológica en los casos de Adopción Internacional, del Colegio Oficial de Psicólogos de Galicia. Su pasión y vocación por la psicología le ha llevado a especializarse en diferentes ámbitos como, intervención en crisis, duelo patológico, altas capacidades intelectuales o neuropsicología, y a estar formándose y actualizándose constantemente en diversas teorías y técnicas psicológicas como terapia cognitivo-conductual, terapias de tercera generación y terapia con realidad virtual.

 Timidez y ansiedad social: dos extremos de un contínuo

Aunque solemos confundir la ansiedad social con la timidez, son dos conceptos en los que la diferencia principal podríamos decir que la diferencia principal es el nivel de ansiedad que nos produce cada una y podríamos entenderlos como parte de un...

 El TOC en niños y adolescentes

Los niños llevan a cabo muchas acciones que pueden etiquetarse como rituales: caminar sólo por las baldosas de un determinado color, cruzar los dedos en determinadas situaciones, usar un color particular para pintar… Estos gestos pueden considerarse como simples...