Querida ansiedad,
Llevamos muchos años juntas, y sabes que te conozco como nadie. Durante un tiempo, he tratado de evitarte, pero siempre sabías como hacerte respetar, y no te rendías fácilmente (he de reconocer que eras una enemiga un poco pesada). Has estado en mis malos momentos (en todos y cada uno de ellos), pero también me has ayudado alcanzar mis éxitos (sin que me dieses la mano, no me hubiese convertido en una empresaria de éxito).
Todos estos años considerándote mi enemiga me han servido para saber que la lucha me desgastaba, y a ti te hacía más fuerte; ¡Incluso traté de envenenarte para acabar con tu vida!, pero el tranquimazín sólo te adormecía (al menos me dejabas en paz durante un rato). Estaba perdiendo la guerra, y tú cada vez peleabas más fuerte; aún me acuerdo de cuando te divertías jugando con mi ritmo cardíaco y la respiración… ¡qué tiempos aquellos! ¡qué (palabra malsonante) eras!; Además, requerías mi atención continuamente, así que no tuve más remedio que dejar de trabajar para dedicarme en exclusiva a nuestra lucha.
Parecía que los demás no entendían nuestro vínculo, insistían tanto en que te abandonase… ¡y yo quería, pero no sabía cómo! Hasta que me recomendaron acudir a una psicóloga para que mejorásemos nuestra tóxica relación. Ahí me torturaste, ¡pero bien!; La profesional utilizaba técnicas en las que creí morir pero, al final, funcionaron. Te fui perdiendo el miedo y comencé a aceptarte como parte de mi vida. Ahora sé cómo sacarte partido y cuándo pararte los pies. Ya no te tengo miedo, y es precisamente esa liberación la que me impulsa a enfrentarme a ti. Eres un reto, nunca más un impedimento…
Un saludo,
Fmdo:
Expaciente
Una de las tareas que solemos pedirles a nuestros/as pacientes es que escriban a la ansiedad como si fuera una “persona”. Esta clienta nos ha dado su consentimiento para que publiquemos un resumen de su maravillosa carta de despedida. De ella puede extraerse la siguiente conclusión: la ansiedad puede ayudarnos o perjudicarnos.
Por un lado, su ausencia provoca pasividad e inacción, por ejemplo: imagínense no tener un mínimo de ansiedad a la hora de estudiar, realizar un trabajo importante, emprender un negocio… por otro lado, la ansiedad excesiva: bloquea, disminuye la autoestima, dificulta la concentración, provoca cansancio, aislamiento social, fomenta sentimientos de tristeza, etc. Evolutivamente nos ha servido para huir de los peligros y sobrevivir como especie, el problema se encuentra cuando nuestro sistema nervioso simpático se activa como si nuestra vida estuviera en riesgo, cuando en realidad no tenemos delante un “mamut peligroso”.
Los profesionales de la psicología contamos con numerosas técnicas científicas (de probada eficacia) para combatir los síntomas y los mantenedores de la ansiedad (independientemente del trastorno: pánico, ansiedad generalizada, fobias…), siendo la exposición graduada en vivo la que posee un mayor porcentaje de éxito.
Ahora, nuestra expaciente, sabe que “aunque la ansiedad sea parte de su vida, no va a dejar que ella controle sus movimientos” (P.C).